Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1869-1871 (Cortes Constituyentes de 1869 a 1871)
Sesión: 28 de enero de 1870
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Salazar y Mazarredo. Réplica al Rebullida, al Sr. Rodríguez Seoane. Réplica al Sr. Tutau. Réplica al Sr. Rebullida
Número y páginas del Diario de Sesiones: 204, 5.277 a 5.279
Tema: Presupuestos

El Sr. Ministro de ESTADO (Sagasta): Yo admiro la perseverancia, y me atrevo a decir, la tenacidad del señor Rebullida en esta ocasión, perseverancia digna, no sólo de mejor suerte, sino de mejor empleo.

Su señoría bajo otra forma ha venido a reproducir la misma enmienda que nos ha presentado esta tarde el señor Encinas, y que ha sido desechada por una gran mayoría, y ha sido desechada después de las razones elocuentísimas que ha dado el Sr. Martos, y del discurso, no menos elocuente, pronunciado por el Sr. Silvela. Yo creí que los Sres. Martos y Silvela hubieran convencido al Sr. Rebullida y que no traería esta noche a plaza la cuestiona que ha sido desechada esta tarde en el Congreso.

¿Qué decía la enmienda del Sr. Encinas? " Pedimos a las Cortes que se sirvan aprobar, en vez del presupuesto presentado, el presupuesto del Sr. Silvela." Pues las Cortes la han desechado, y el Sr. Rebullida viene ahora en otra forma a proponer lo mismo que esta tarde nos proponía el Sr. Encinas, porque dice: " Pedimos a las Cortes se sirvan rebajar del presupuesto actual una cantidad determinada, etc" Pues bien, esa cantidad es precisamente la diferencia que hay entre el presupuesto del Sr. Silvela y el presupuesto que estamos discutiendo. ¿Cree el Sr. Rebullida que va a convencer a las Cortes para que estas vuelvan a desandar el camino que han recorrido? S. S. ha dado muchas y grandes razones; pero yo espero que no serán bastantes para que las Cortes se vuelvan atrás, vuelvan sobre su acuerdo.

Verdad es que el Sr. Rebullida, en la dificultad de defender una cosa ya desechada por las Cortes, ha hecho excursiones a diferentes Cortes de Europa, se ha ocupado de diferentes reformas y supresiones, y propone la economía de tal manera, que sería imposible aceptarla aun cuando no estuviera ya de antemano desechada por las Cortes Constituyentes.

Propone S. S. nada menos que una especie de subasta para el servicio del Ministerio de Estado. " Pedimos a las Cortes, dice, que se sirvan rebajar del presupuesto de Estado una cantidad, etc. y que el Ministro desempeñe el servicio como lo tenga por conveniente. " Esa, permítame S.S. que lo diga, no es la manera de presentar una cuestión tan importante a la consideración de las Cortes.

Decía el Sr. Rebullida: "No me meto a examinar como el Sr. Ministro de Estado o el Gobierno va a resolver la cuestión de los presupuestos tal y como queda; si quiere, puede disminuir las legaciones de América (en lo cual se oponía en flagrante contradicción con sus correligionarios, y particularmente con el Sr. Castelar, que ha defendido con grande elocuencia esta tarde precisamente lo contrario, que lejos de disminuirse deben aumentarse), y si no quiere el Gobierno disminuir las legaciones en América, disminúyalas en Europa; suprima la de San Petersburgo; si no le parece bien ésta, suprima la de Viena; si esa no le acomoda, la de Bélgica, y si esta no le parece bien, la de Florencia." ¿Es esta, señores, manera seria de discutir una cuestión de presupuestos, y nada menos que el presupuesto del Ministerio de Estado?¿Es este modo de tratar la representación de nuestro país en el extranjero? Comprenderá el Sr. Rebullida que eso no puede hacerse; y es más, me atrevo a decirlo, que eso no debe hacerse. Cuando se viene a proponer una economía a las Cortes, debe estudiarse el modo de verificar, la manera de llevar a cabo el servicio, a pesar de esa economía, y debe, o compensarse la economía en otros servicios, o reformar estos hasta el punto que den de suyo esa economía de una manera clara y palmaria, de un modo tan claro y evidente que se vea que el servicio por eso no ha de sufrir; porque yo supongo que las economías que su señoría proponga, serán con el propósito y el deseo de que no se quebrante, de que no se perjudique el servicio, porque de otro modo no es economía lo que se propone, sino desconcierto.

Pues bien: tal como el Sr. Rebullida propone la cuestión, S. S. no sabe todavía cómo ha de realizarse esa economía que presenta a la consideración de las Cortes, y lo deja al arbitrio del Gobierno. Pues el Gobierno no quiere tanta confianza de parte de S. S. y de las Cortes.

Yo espero, pues, que las Cortes no tomarán en consideración la enmienda del Sr. Rebullida: primero, por la manera de presentarla, y después, porque sería tanto como que las Cortes volvieran sobre el acuerdo que, han tomado esta tarde con gran conocimiento de causa y después de oír el brillante discurso del Sr. Martos, lleno de datos, de buenos antecedentes, y de conocimientos en la materia, y después de haber oído el discurso del Sr. Silvela, en el que con gran lucidez ha expuesto las razones que tuvo para presentar el presupuesto tan bajo como lo presentó.

Yo aseguro que si el Sr. Silvela hubiera seguido en el Ministerio de Estado, y su presupuesto se hubiera aprobado, S. S. hubiera experimentado grandes sinsabores, porque hubiera visto la falta de servicios, y eso no agrada ni acomoda a nadie que esté al frente de un departamento. Pero, en fin, yo creo que las Cortes no tomarán en consideración la enmienda del Sr. Rebullida. El señor Rebullida, sin embargo, como no propone la economía más que en globo, porque dice: " ahí va una cantidad para Ministerio de Estado, el Gobierno la repartirá como tenga por conveniente;" el Sr. Rebullida, para demostrar que esa partida podría reducirse, se ha ocupado de la embajada [5277] pero puesto que el Sr. Rebullida está conforme con que se rebaje la embajada a plenipotencia yo debo decir el Sr. Rebullida que está servido para la cuestión de presupuestos, para la cuestión económica la embajada de Roma no es más que una plenipotencia el sueldo que tiene el embajador en Roma es el que tiene un ministro plenipotenciario de primera clase.

Pues entonces, ¿qué le importa al Sr. Rebullida que se llame embajador, o que se llame ministro plenipotenciario para la cuestión económica, para la cuestión de presupuestos? S.S. está complacido. ¿Pero es que quiere S. S además, que aun cuando no nos cueste más que como un ministro plenipotenciario deje de llamarse embajador? Y yo pregunto al Sr. Rebullida: ¿qué vamos a conseguir con esto? ¿Vamos a ganar algo? No; vamos a perder las preeminencias, las ventajas, los privilegios que tienen los que se llaman embajadores y no tienen los que se llaman ministros plenipotenciarios; y puesto que son preeminencias, ventajas y privilegios que no nos cuestan dinero ¿por qué hemos de perder esas preeminencias, ventajas y privilegios?

Pero además son preeminencias, ventajas y privilegios que tienen alguna importancia: tienen importancia, porque facilitan los negocios, porque el llamarse el que nos hay de representar en Roma embajador, significa el que aquí haya un Nuncio; y el que aquí haya un Nuncio, significa mucho para los intereses de España...

Parece que el Sr. Rebullida duda de éste; pues lo siento mucho, porque entonces no sabe el Sr. Rebullida cuántas cosas se pueden resolver en España con el Nuncio, que sin él tendrían que irse a resolver a Roma. Además el embajador en Roma tiene el derecho de veto en la elección de Papa, derecho que, en casos dados, podría utilizarse.

Por consiguiente, si tenemos estas ventajas, que no nos cuestan el dinero, ¿qué le importa al Sr. Rebullida el que se llame ministro plenipotenciario o embajador? Si nos cuesta lo mismo, si la partida del presupuesto es la misma, llámese embajador o ministro plenipotenciario, ya se ha conseguido lo que el Sr. Rebullida desea.

Pero dice el Sr. Rebullida: " es que los embajadores representaban a la persona del Monarca." Es verdad; en los gobiernos absolutos los embajadores representaban a la persona del Monarca; pero también la representaban los ministros plenipotenciarios. Y porque representaban también a la persona del Monarca los ministros plenipotenciarios, ¿hemos de suprimir también los ministros plenipotenciarios? Suprimámoslos también; vamos a suprimir los embajadores y los ministros plenipotenciarios; pero entonces vamos a tener que dar otro nombre a nuestros representantes. Y queda la cuestión reducida a una mera cuestión de nombres. ¿Sabe S.S. lo que significa un embajador? Pues no es ni más ni menos que la más alta categoría en el cuerpo diplomático; es una de las cuatro categorías en que se consideran divididos los representantes del país en el extranjero: encargado de negocios, ministros residentes, ministros plenipotenciarios y embajadores. ¿Quiere S.S. suprimir el nombre de embajador y sustituirlo por otro? Pues suprimámoslo; pero no me parece una cosa muy conveniente, porque ya se sabe y todo el mundo conoce lo que es un embajador.

Pero además, el embajador tiene la circunstancia especial de que puede tratar los asuntos con el mismo Monarca del país en donde está representando al suyo, y esto siempre es una ventaja. El embajador también siempre tiene más importancia en la capital del país en donde va a representar al suyo. ¿Y por qué se la hemos de quitar, si esto en el presupuesto no se traduce en aumento de gastos?

Creo que el Sr. Rebullida debe conformarse con estas explicaciones. Para la cuestión económica, para la cuestión de presupuestos, el embajador de Roma es ministro plenipotenciario, que es lo que S. S. desea: y luego da la casualidad de que conservando el nombre de embajador tiene preeminencias, tiene ventajas, tiene privilegios que no tiene el ministro plenipotenciario. Me parece que hemos resuelto la cuestión económica de la manera más satisfactoria, puesto que se traduce en números tal como su señoría desea, y además, sin perder las ventajas y consideraciones que tiene el embajador sobre el ministro plenipotenciario.

Lo mismo, poco más o menos, puedo decir del embajador de París. Yo digo al Sr. Rebullida que el embajador de París no tiene ni el sueldo ni los emolumentos que corresponden a esa alta categoría de la diplomacia cuando se trata de naciones de la importancia de España; y no tiene S.S. más que observar qué sueldo gozan aquí los embajadores de otros países, y compararlo con el que tiene nuestro embajador de París. Todo el sueldo de nuestro embajador de París, comprendidos no sólo el sueldo que como embajador tiene asignado, sino los gastos de representación, ascienden a 24.000 duros. Pues el embajador de Francia en España tiene un millón; y eso sin hablar de los gastos de representación y de mesa que se pasa a embajador de Francia, cosa que nosotros no pasamos a nuestro embajador de París. Pues llámelo S.S. como quiera al que nos represente en París, dígale ministro plenipotenciario o embajador, es necesario que lo revistamos de todas aquellas consideraciones, de todo aquel aparato que necesita la representación de un país como el nuestro en París, que es el centro, no sólo de la Europa geográfica, sino de la Europa política.

Yo ya sé que nosotros no debemos tener representaciones fastuosas, sino que deben ser modestas; pero no deben ser pobres, créame el Sr. Rebullida. Por lo demás ¿qué representaciones fastuosas tenemos nosotros, cuando hemos tenido que pasar por el bochorno (que bochorno es y no lo dude S.S.) de que un representante nuestro, como el de Londres, haya tenido que mudar de casa, porque aquella en que vivía hasta ahora era demasiado cara, y sin embargo era de las más modestas entre las que ocupan los representantes de todos los países en aquella capital? Pues aun esa casa parecía demasiado cara, y ha tenido que mudarse a otra, porque no tenía bastante con el suelo y los gastos de representación que le pasamos; y vive nuestro representante en Londres con la misma modestia con que pudiera vivir cualquiera de nosotros que como particular a aquella población fuese.

La verdad es que nuestros embajadores para el presupuesto ministros plenipotenciarios son, y ministros plenipotenciarios pobres. Pero con este motivo el Sr. Rebullida nos ha hablado de una cosa que no es exacta. Al gobierno del vecino imperio y a nuestro representante allí, hace un cargo con motivo de las sublevaciones y conspiraciones que allí se fraguan, tanto por los carlistas tanto por los isabelinos. El Sr. Rebullida ha dado a entender demasiado claramente que esas conspiraciones se llevan a cabo con el consentimiento del Gobierno francés, o al menos así lo he comprendido. (El Sr. Rebullida: Con a tolerancia.) Con la tolerancia, bien. Yo puedo decirle Sr. Rebullida que eso no es exacto. El Gobierno español no tiene queja alguna del Gobierno francés: el Gobierno francés ha hecho todo lo que ha podido y ha evitado, hasta donde le ha sido posible evitar, esas [5278]conspiraciones. Bien sabe el Sr. Rebullida que los Gobiernos no pueden evitarlo todo. No pudo evitar el Gobierno francés que el Sr. Rebullida entrara en España cuando lo tuvo por conveniente para luchar por la libertad de su Patria y ya puedo decir a S.S. que mientras he sido Ministro de la Gobernación, y durante la sublevación carlista, ha pasado un solo emigrado carlista la frontera francesa que, cuantos lo intentaron fueron cogidos y fueron internados. ¡Qué pasan fusiles! También nosotros los pasábamos; pero en cambio, ¿cuántos ha cogido el Gobierno francés y la policía francesa? En poco tiempo ha detenido la policía francesa más de 2.000 fusiles y muchas cápsulas.

Por consiguiente, si pasa algún fusil, no es extraño ya sabe el Sr. Rebullida cómo se hacen esas cosas y como es imposible que un Gobierno lo evite todo; pero la verdad es que el Gobierno francés ha evitado todo cuanto ha podido evitar; y sabe también S.S. lo poco satisfecho que están los carlistas del Gobierno francés, así como lo isabelinos, que ni unos ni otros creen que se tenga tolerancia con ellos.

El Gobierno francés tiene, como todo Gobierno, cierta indulgencia natural con todos los emigrados, y muchas veces por no producirles un nuevo disgusto y sinsabor que es grande para el que se ve en país extranjero y escaso de recursos el verse llevado de un punto a otro por un Gobierno extranjero. Pero al mismo tiempo el Gobierno francés no olvida las consideraciones que se deben lo Gobiernos amigos entre sí, y yo declaro que el Gobierno francés es amigo del Gobierno español, y se opone a todo cuanto puede serle hostil, procurando sin embargo guardar, como todo Gobierno, las consideraciones que de todas partes son debidas a la desgracia, tratando de conciliar ambos deberes. El Sr. Rebullida nos ha hablado también de los honores que el Gobierno francés ha dispensado a la que fue Reina de España. También en esto padece equivocación el Sr. Rebullida. El Gobierno francés, y mucho menos el Emperador, no ha hecho honor alguno oficial a la que fue Reina de España. Lo que ha hecho el Emperador, y la Emperatriz y las autoridades francesas en todo caso, ha sido guardar las consideraciones que siempre se merece la desgracia, y las deferencia que son consiguientes a la que ha sido Reina de un país que ha estado en buenas relaciones con el Emperador de los franceses. Esa Reina que ha dejado de serlo, ha ido a acogerse al pabellón francés, y el Emperador la ha recibido como debía; pero no ha pasado de ahí. El Emperador de los franceses no ha tratado un sólo segundo como Reina a Doña Isabel de Borbón; y tan cierto es esto, que habiendo habido ocasión de haber ido a ver al Emperador la vez que el Embajador de España Doña Isabel de Borbón, no ha sido recibida y ha entrado el representante de España. El Emperador de los franceses, pues, ha tenido con Doña Isabel de Borbón las consideraciones que debía tenerle; le hubiera juzgado mal la historia, le hubiera juzgado mal su país y nosotros le hubiéramos juzgado mal si no la hubiera tenido las consideraciones que se deben siempre a la desgracia, y mucho más si esa desgracia recae en una señora.

Con esto queda también contestado el Sr. Rebullida en la parte de cargo que parece hacerle a la embajada nuestro en París suponiendo que no había tenido la bastante actividad y energía para reclamar del Gobierno francés aquellas cosas que en derecho pueden y deben reclamarse de un Gobierno con quien se está en buenas relaciones como está el de Francia con el Gobierno español. Nuestro representante en París ha hecho en eso todo lo que debe hacerse, y el Gobierno francés ha atendido siempre las reclamaciones de nuestro representante allí.

Créame S. S., no hay nada de lo que S.S. ha dicho, no que habiéndose visto en una situación difícil, puesto no trataba de hacer votar a las Cortes lo contrario de lo que habían votado esta tarde, S. S. se ha marchado por unos y otros puntos de Europa y ha tratado de estas y las otras embajadas; y si no fuera por lo vulgar de la frase y por el respeto que me merece S. S., le diría que se ha ido por los cerros de Úbeda para ver si podía distraer la atención de los Sres. Diputados y hacerles votar lo contrario de lo que han votado esta tarde. Yo creo que los señores Diputados han comprendido la táctica de S. S., táctica legítima, puesto que tiene por objeto obtener economías, y siempre este deseo es legítimo en un representante celoso de los intereses de su país, pero siempre táctica; y como las Cortes la han conocido, yo espero que no tenga resultado, y que, como han desechado la enmienda del señor González Encinas, desecharán también la de S.S., que tiene igual objeto que aquella.



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